Un
rumor se está extendiendo por la nube… hay informaciones contradictorias sobre
la supuesta desaparición de Sarah Conrad, hija del gerente Leo Conrad. Hemos
consultado a la policía pero está sostiene desconocer el asunto y no le consta
denuncia alguna sobre su desaparición. Por el momento nos ha sido imposible
ponernos en comunicación con la oficina del gerente o alguien que pueda
informarnos sobre el tema. A lo largo del día iremos informándoles sobre las
posibles novedades.
¤¤¤
El frio me
devuelve a la vida, mi carne se asemeja al mármol de las estatuas clásicas.
Ruido de pasos apresurados. Un hombre alto, grande, con un abrigo largo y
oscuro se acerca decidido hacia mí. Detrás sus guardaespaldas apresuran el paso
para no quedarse atrás. Está irritado, huelo problemas.
“Ha visto las
noticias, ¿lo ha filtrado usted?”, está muy enfadado, una persona de su
posición no se acerca dando gritos, sin saludar antes.
Retrocedo un
poco, como queriendo esquivar su embestida. “Sr. Conrad, cálmese… No sé de qué
me habla”.
Acerca su cara a
la mía, “las noticias… han dicho lo de la desaparición de mi hija… no paran de
llamarme”. Su cabeza se inclina sobre mí amenazadoramente, recuerda un águila
cerniéndose sobre su presa. Es un hombre alto para la media y yo baja para la
misma dichosa media, su abrigo largo de hombreras anchas y cuello alto grande
reafirman su pose de rapaz.
Me repongo. “No
sé de qué me habla… no soy mujer de noticias, tengo ese canal de mi comunicador
desactivado… y aparte de usted no he hablado con nadie más esta mañana. No
tendría sentido quedar con usted en un parque si estuviera contándolo todo”.
Observa, como si
no supiera que hacer, el águila no piensa, actúa clavando sus garras en la
presa; pero él no está seguro. Sus guardaespaldas permanecen a un metro tras
él. Debo tomar la iniciativa sino acabará mal.
“Sr. Conrad, por
favor, cuénteme que ha sucedido y porque está tan alterado… Y si no quiere que
se sepa nada más, dígale a sus amigos que se retiren un poco… esto parece más un
debate que una charla privada”. Quiero aparentar seguridad comenzando a caminar
y haciendo un gesto con la mano a los guardaespaldas.
El gerente duda,
pero se vuelve y les dice que se mantengan atrasados. Se pega a mí. “La prensa
se ha enterado de la desaparición de Sarah y alguien ha tenido que contárselo y
solo lo saben el jefe Buzek y usted… No creo que Buzek lo haya contado”.
“Así que sólo
quedo yo”, le miro esperando ver su reacción, pero mantiene la mirada fija en
sus pasos; parece que se ha calmado. “Yo personalmente, y con todos los
respetos, no me fiaría de Buzek… y por mi parte no tengo ningún interés en este
asunto”.
“Siempre hay un
interés; la cuestión es que se sabe, es público y ha sucedido en el peor
momento. Si averiguo que ha sido usted se puede despedir de su trabajo”. Se
para y me mira fijamente como para dar validez a su amenaza.
“Tendré que irme
a Hamburgo…” Miro a los árboles, para quitar importancia a lo que acabo de
decir, sólo veo ramas desprovistas de vegetación blanqueadas de nieve, algunas
coníferas intentan mostrar algo de verde debajo del manto blanco.
“¿Cómo dice? Me
toma el pelo”. La irá vuelve a reflejarse en sus ojos.
“Perdone Sr Conrad,
no me haga caso. La cuestión ahora es que hemos perdido el factor sorpresa, su
hija ha desaparecido y es público”.
“El motivo de
quedar en el parque y aguantar este frio, es evitar las escuchas… Usted tuvo
que llamar al jefe Buzek para pedirle ayuda, ¿no? Pueden tener pinchado su
comunicador”.
“Imposible va
cifrado, recuerde, canal especial para autoridades”. Pienso que cualquiera
puede hackearlo, pero me abstengo de hacer la observación.
“Sr. Conrad, nos
estamos perdiendo en las ramas del asunto. Cualquiera puede haber filtrado la
noticia, incluida su hija o sus secuestradores”.
“No es un
secuestro… se ha fugado”, asevera con decisión.
“¿Cómo está tan
seguro?, observo el parque a nuestro alrededor no veo a nadie, excepto los
aburridos guardaespaldas; si hubiera un dispositivo de escucha, con la nevada
tendría que estar a la vista.
“Porque se lo
digo yo… además ha dejado una nota y no ha ido al instituto”.
“Todos los
adolescentes se saltan las clases, puede ser una broma o un enfado por un
capricho; no se imagina como pued…”
“Le he dicho que
se ha fugado, es la única hipótesis de trabajo que tiene usted que tener en
cuenta”. Se muestra cortante, se nota que es un hombre acostumbrado a mandar, pero
sobre todo de ideas fijas.
“Si usted
insiste, pero necesito ver esa nota y saber más cosas sobre su hija”.
“La nota es
privada y no le concierne. Por lo demás pregunte”.
Me cansa esa
actitud, me parece que aquí como no ponga orden no voy a sacar nada en claro.
Me paró en seco y me quedo mirándolo a los ojos unos segundos, observo que su
cabeza está completamente blanca de nieve; la mía imagino estará igual pero un
hombre como él acostumbrado a las comodidades no debe de estarlo mucho en este
momento.
Me acerco más a
él y hablo en voz baja pero firme, se acabó el formalismo, “mire gerente, a mí
no me venga con historias, dice usted que su hija ha desaparecido porque no ha
ido al instituto y ha dejado una nota. Eso no se lo cree nadie, si usted piensa
que ha desaparecido es porque ha pasado algo, entre ustedes o con otra persona,
y no le gustaría que se supiera…
“Cómo se atreve
a hablarme…”
“Calle, gerente,
¿Qué pasó, le prohibió ir con su novio? ¿Está embarazada? ¿Tiene asuntos
turbios? ¿Mafia? Porque hay dos cosas que no me explico, primero que teniendo
miles de policías a su disposición necesite a alguien como yo para buscar a su
hija y segundo que esté tan seguro de que se ha fugado y no quiera enseñarme la
nota”. Mi ataque directo parece desconcertarlo, esquiva mi mirada, me mantengo
a la expectativa.
“No tiene novio,
al menos que yo sepa”, balancea su cuerpo como probando la estabilidad de su
eje de equilibrio y se quita la nieve de la cabeza. Parece que quiere parar de
nevar. Pero el frio es más intenso aún, mi estómago ruge de hambre y mi piel se
eriza aterida. Noto los pezones duros bajo la ropa. Helada.
“Hay cosas que
no puedo revelarle… me avergüenzo de mí mismo…”, la cosa se pone interesante,
he logrado llevarlo a mi terreno. Se impone el tacto.
“¿Abusos?”,
pregunto con suavidad.
Vuelve a andar,
permanece callado. Si es así entiendo que no quiera denunciar la desaparición,
ni quiera publicidad, sería su final. Todo cuadraría. Otro pederasta
repugnante.
Sigue en
silencio, damos vueltas por las diferentes calles del parque, los árboles, el
ejército de este reino helado, forman ante nosotros con sus armas cubiertas de
nieve. Los guardaespaldas nos siguen aburridos. Enciendo un cigarrillo.
“En los parques
está prohibido fumar”. Me índica el gerente sin mirarme.
“No veo muchos
niños por aquí”. Ignora mi respuesta.
“Tome”. Me
extiende un papel de colegial, plegado varias veces. Lo abro: ...
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